jueves, 23 de julio de 2009

Mi amigo el usamico

El bar de la calle San Martín es un oasis en el vertiginoso caos de la City. Afuera, la multitud anónima camina y piensa rápido; su destino atado al designio de las pizarras electrónicas, a la voracidad impositiva, al arbitrio indescifrable de un mercado cada vez más impredecible. Adentro, el café acompaña la especulación de los tahúres que elucubran negocios millonarios, fórmulas milagrosas para solucionar los eternos problemas del país, el pesimismo de quienes filosofan acerca del apocalíptico devenir nacional. El dinero moviliza los espíritus que han terminado por confundir valor con precio.
Una mesa al fondo del café es su improvisada oficina. Allí, resguardado del ritmo anárquico de la city, quienes lo buscan terminan por encontrarlo. Con el correr de la mañana comienza el desfile de infortunados: jugados, apretados, ahogados y asfixiados acuden a solicitar su amparo. El timbero que busca una nueva ilusión para salir de perdedor, el comerciante que cree que tiene la idea que lo sacará finalmente a flote, el inversionista a quien se le presenta el negocio de su vida, el deudor que quiere conservar los dedos de su mano. Esos que hoy lo convierten en redentor, en un mes no dudan en transformarlo en hijo de puta cuando descubren que los placebos financieros no fueron la solución a sus problemas. Pero ya es tarde; sus dineros, sus casas, sus autos, sus almas le pertenecen.
Se hace llamar financista para darle status a su oficio; pero le dicen usurero, prestamista, usamico, cachimotero y otras yerbas. Este benefactor de los desamparados hace un tiempo aprendió la regla de oro del capitalismo financiero: sólo la guita genera más guita. Desde entonces posee un prolífico criadero de billetes. Se sabe un mal necesario pero no es él quién busca clientes, son ellos quienes requieren sus servicios. No vende drogas, no roba, no mata, no estafa. Su conciencia está limpia y hasta se anima a predecir la debacle moral del país. Invita el cortado a quién se sienta en su mesa, revuelve el pocillo con gesto adusto y analiza los determinantes socioeconómicos del subdesarrollo vietnamita: “Ellos son pobres, pero honrados. Eso les enseñó la guerra. Acá ya no hay más vueltas que darle, este país no da para más hermano, créeme no da para más”

2 comentarios:

  1. yo conozco de esos cachimoteros. creen q son los tipos mas honestos del mundo pq en vez de matar gente "solo le sacan" las pertenencias mediante prendas o hipotecas. muy buen escrito

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  2. Tremendo, cumpa. Y la cantidad que pululará, como su amigo, en la llamada City tucumana. Un abrazo.

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