domingo, 12 de julio de 2009

El infierno está encantador

Si la canción de protesta de Pedro y Pablo hubiese trascendido la crítica social, los setentosos artistas no habrían podido eludir la pregunta: ¿Dónde va la gente cuándo muere? Por desgracia, Víctor Sueiro finalmente se murió de verdad y ya no está entre nosotros para resolver el interrogante. En el devenir histórico, el viaje de las almas que abandonan sus respectivos cuerpos ha sido un problema nada fácil de solucionar. Sin embargo, la idea que goza de mayor aceptación en el público es que la existencia post-terrenal se divide en dos ámbitos antagónicos: Por un lado, un cielo blanco, luminoso y pulcro reservado para los espíritus buenos y obedientes. Por el otro, un infierno rojo, caluroso y fétido donde van a parar las almas que se portaron mal (también se habla del purgatorio, pero la cuestión de la jurisprudencia es muy compleja para resolverla en este post y no estamos para esas giladas)
Lo cierto es que el arte fue la disciplina que tomó la posta en eso de imaginar cómo es el lugar dónde van las almas sin cuerpo. Suponemos que para evitar el proselitismo divino y no perder rating, los artistas le pusieron más fichas a la representación del infierno. Después de todo, no hay que ser Mauro Viale para darse cuenta que los personajes más marketineros terminaron todos allí: los mentirosos y grandes cagadores, los asesinos, los golosos, lujuriosos, putas, sodomitas y demases. Lindo circo el del diablo. Pero, al ser el arte el ámbito por excelencia de la subjetividad, resulta que tenemos tantos infiernos diferentes como artistas infernales podamos encontrar: El Dante imaginó a la ciudad doliente como el tormentoso escenario donde se castigan los pecados capitales; Leopoldo Marechal hizo lo propio colocando al averno en un suburbio porteño; en Los Simpsons los colorados empleados de Lucifer se esmeran en empachar de donuts al pobre Homero, en South Park el antro infernal es el nido de amor donde un ablandado Satanás chichonea con Sadam Husein; y así siguiendo.
Es indudable que hay infiernos y diablos como para hacer dulce, entonces ¿cómo es en realidad el infierno? De todas las representaciones infernales que conozco la que me parece más verosímil, lograda y exacta es la pergeñada por Alfredo Casero en Cha Cha Cha. Se trata de uno de los primeros capítulos del ciclo “Dancing en el Titanic”: Lucho Cubrepileta, el tano paterfamilias, desciende a la ciudad del dolor para negociarle a Satanás su alma. Cansado del devenir infernal, Lucho saca el bufoso y arremete a tiros contra los demonios que lo devuelven a su existencia mundana (ver video).En consecuencia, el averno de Casero es un eterno espiral burocrático en donde las almas en pena deambulan sin consuelo de oficina en oficina. Sencillamente lucido y genial. Cualquiera que haya padecido la inoperancia de los empleados de sección alumnos de la Facultad de Filosofía y Letras habrá podido comprobar que el infierno es más terrenal y menos encantador de lo que se cree.

2 comentarios:

  1. Totalmente de acuerdo. Y qué decir del Registro Civil y antros por el estilo. Un abrazo.

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  2. Y sí, cumpa: el infierno no podría haber sido de otra manera. Un abrazo.

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