lunes, 16 de mayo de 2011

Palermo: un artista cagador de goles


Es un burro, un perro, un fenómeno, un genio, un monstruo, un titán, un dichoso, un optimista, un verdugo, una leyenda, una persona cuya única virtud profesional es estar en el lugar indicado en el momento preciso, el protagonista de una historia cinematográfica, el mejor, el más malo. La lista de lugares comunes que se usan para definir a Martín Palermo es tan extensa como insuficiente. No alcanza con la prolífica descripción zoológica, con la exaltación mitológica, con el repetido argumento del azar como don, con la tesis que asegura que lo que vemos es su película y no su vida. Ese compendio de explicaciones que fluctúan entre la cursilería y el desborde imaginativo, simplemente, no lo explican.
He tenido cientos, miles de veces, esta discusión en bares, en tertulias futboleras, en el café con los amigos: me dicen que es de madera; el caballo más grande que existió desde aquel que inventaron los griegos para engañar a los troyanos. Entonces, apelo a la fría racionalidad de los números, cansado de defender lo que las estadísticas demuestran por sí mismas. Sin embargo, ese argumento sólido, contundente, lapidario, no termina con el debate. Invariablemente, aferrados a esa pasión irracional por desmitificar lo que no se quiere; me retrucan que los goles que alimentan el obeso historial del goleador son fruto del ojete, si, para ellos, Palermo es alguien que anda por la vida, por el fútbol, cagando goles. Claro, no hay ninguna virtud en una acción que es sólo consecuencia de un reflejo natural. Naturaleza extravagante, por cierto, propia de la inédita zoología del equino defecador de goles. ¿Qué esperan muchachos? llamen a la National Geographic y a Discovery Chanel porque en el parnaso del fútbol argentino hay un animal que abona las redes. Para algunos, a eso se resume su historia: Palermo y su culo prodigioso, su culo mágico.
Delirios como el que acabo de describir alimentan el imaginario de las víctimas de los goles de Palermo, que recurren a hipótesis descabelladas para desmentir la racionalidad de las cifras. El alegato de la casualidad eterna es sólo una de las tantas maneras con las que pretenden exorcizar el sufrimiento, comprensible, por cierto: siempre es el perro y su suerte animal la que los condena. En medio de todo ese artificio retórico, lo que no se termina de entender es cúal es la verdadera esencia del goleador. Entonces, voy a arriesgar una definición y con ella me arriesgaré una vez más a la puteada: Palermo es un artista.
Mientras me putean, intentaré explicar mi tesis: El gol es el súmmum del arte del fútbol, la concreción de su lógica pasional, la obra en su estado acabado. Un caño, un taco, una rabona son expresiones bellas, sin duda, pero si no terminan o contribuyen al gol son una paja, una anécdota, un destello que podrá deslumbrar al esteta pero que no emocionará al hincha. A riesgo de ser considerado más bilardista que Bilardo, debo decir que toda filosofía futbolera se destruye frente al axioma que alguna vez escuché en boca del inefable Luis Rey: “gana el que hace más goles”. Si, tan simple como eso. ¿Acaso para el Don Juan cuentan las conquistas que no terminan en el coito? Para el seductor de nada sirve la mirada ganadora, el beso cautivante, ni la franela ablandadora si la acción no termina en un polvo. Lo mismo pasa con el fútbol: ¿nos acordaríamos hoy del segundo gol de Maradona a los ingleses, si en vez de eludir al arquero, hubiese definido al segundo palo y la pelota se hubiese ido larga, besando su cara externa? Obvio que no, sería sólo una anécdota, una anécdota muy cruel por cierto. Pues bien, siendo el gol la máxima expresión del juego en tanto arte, entonces, siendo Palermo uno de los goleadores más grandes en la historia del fútbol nacional, no hay que ser un genio matemático para definirlo como un artista. Sin embargo, la cosa no es así de fácil.
Palermo no es un artista por la desmesura goleadora que traducen las estadísticas. Su arte no reside sólo en la cantidad y calidad de sus goles, sino en la perdurabilidad de ellos. En el hecho incuestionable de que muchos de esos goles ya son eternos. Son infinitos en la memoria de los hinchas que le contarán a sus hijos y estos a los suyos – y así por siempre- que vieron a Palermo hacer un gol con los dos pies, otro con la rodilla destrozada, o uno con la cabeza desde la mitad de la cancha, dos goles en una final intercontinental, unos cuantos más para ganar clásicos o en un mundial (la lista sería inacabable). ¿Quién le saca el último gol de Martín a River de lo más profundo del ser al hincha que llora con ojos vidriosos aferrado a la tela? A eso se reduce toda praxis artística: un momento condenado a la eternidad. Ante eso, toda cifra, todo número finito, es una ecuación absurda. Sólo el arte trasciende al tiempo y Palermo es un artista, un magnífico artista cagador de goles.

5 comentarios:

  1. MARIANA SEGURAlunes, 16 mayo, 2011

    Que grande pollo!! El loco... y usted.
    No me sacaste las palabras de la lengua (porque para Palermo ya no tengo palabras), pero si lo sentimientos del alma hincha de Boca, y del Titán.
    Mariana Segura

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  2. ud e un grosso polio. como siempre. y el upite este tb tiene mas cageta q la cicciolina.

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  3. Marian: la verdad que es incríble, siempre sentís que cualquier cosa sobre el chabón ya ha sido dicha. Pero bueno, hay que buscar otra forma de decirlo. Un abrazo

    Aldete: Ud lo ha dicho, pero no sólo de cageta vive el hombre

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  4. Bueno Pollo es excelente, lo mismo pienso yo del Titán.............Abrazo grande capo

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  5. Excelente pantera. Su pluma nos representa

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