lunes, 10 de octubre de 2011

Street Fighter: reivindicación de la locura barrial




Alguien dijo una vez que yo me fui del barrio, ¿Cuándo? Si siempre estoy llegando. Manuel volvió sin que lo invocaran, como un recuerdo perdido. Llegó con el paso cansado y una gran bolsa a cuestas. Manuel se sentó en un banco de la placita y se aferró al pucho como a una última esperanza. Manuel pita fuerte y habla solo.
Manuel tiene un oficio de lo más extravagante para los tiempos que corren: es vendedor ambulante de papel higiénico. Transita las calles del barrio ofreciendo su mercancía, aunque nadie sabe quiénes son sus clientes (las viejas de mi cuadra nunca le compraron un solo rollo, quizás por pudor, o bien porque la aspereza del papel barato resulta nociva para sus hemorroides). Se lo vio por primera vez varios años atrás, merodeando los únicos videos juegos de Villa Muñecas. Allí se pasaba tardes enteras fascinado con el traqueteo mecánico de los juegos de pelea, participando ocasionalmente de algún que otro combate memorable. Fue en ese ámbito donde aprendió el arte de imitar los sonidos del game. Desde entonces se lo conoció como Street Fighter.
A pesar de su locura singular y de su habilidad para reproducir sonidos (como lo hacía Trobiani en las películas nacionales o el negrito de Locademia de Policía), Street Fighter nunca logró el prestigio de otros locos tucumanos que, con menos arte, alcanzaron el parnaso de la irracionalidad local. Los que saben aseguran que, de haber trasladado su carisma a la zona céntrica, ya sería un mito.
El recuerdo es ineluctable. Unos parlantes afónicos escupen una cumbia rancia. La pesada bicicleta del achilatero se apropia de las calles casi desiertas. Mujeres de vientres abultados se bajan del colectivo cargadas de cosas, inician su procesión hacia el penal de Villa Urquiza. En la resaca de la siesta de domingo, Street Figther invade la monotonía del paisaje barrial. Se acerca con paso cansino hasta la plaza, donde los vagos fuman y relatan las peripecias de la noche anterior. Atraído por el humo del tabaco, pide tímidamente un cigarrillo a sabiendas de que deberá demostrar sus gracias para obtenerlo. Street Figther fuma con ganas y recita su amplio repertorio de imitaciones. El “aduquen” y el grito animal de “Blanca”, que acompaña de un gesto igualmente bestial, son los que mejores le salen. Las noticias de “Cronica” y las cortinas de “Canto y cuento”, las que más divierten al auditorio. Por un momento el domingo deja de ser absurdo.
En una ocasión, un amigo le regaló unas revistas pornográficas anacrónicas que habían pertenecido a su padre. Desde entonces, no lo volví a ver.Semanas atrás, Manuel regresó a un barrio distinto. Sólo la imagen de la virgen en su pequeña gruta lo esperaba para oír, sin pasión, su frenético monologo.










Nota del Editor: El texto pertenece a lo que fue la página www.cerraeloyo.com.ar . Fue escrito hace tiempo a manera de homenaje al amigo Manuel

1 comentario:

  1. que loco este personaje Pollo, de esos que no se encuentran dos iguales, me hiciste rememorar cerraeloyo, para cuando el regreso??

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