sábado, 9 de enero de 2010

La última lagrima


Lo que para el médico fue un signo inequívoco de incontinencia urinaria, para la Pocha no fue otra cosa que un merecido adiós. Esa noche la noticia le nubló la razón y le impidió pensar con claridad, sus viejos y estirados labios parecieron murmurar mil cosas sin hablar. Es que, de haber podido hablar, contarían mucho: esas noches en que su peligrosa insolencia estremecía a los camioneros que paraban en el Bajo a saciar sus apetencias, los bailes en que su aliento fatal derretía a fuego lento las braguetas de jóvenes pelilargos, el candor de ese gitano violín que la enamoró con la primera estocada. Lo cierto es que la Pocha bien sabe que esa noche, cuando se enteró por la radio que Sandro había muerto, le lloró el upite.

3 comentarios: