domingo, 13 de septiembre de 2009

Crónica de una noche sin recuerdo

El diablo era muy diablo diría Charly más tarde. El violento vomito rojizo que salpicó el blanco de los azulejos era quizás la baba de un lucifer trasnochado, eso o un coágulo de vino y carne. El último estertor arrojó mi cadáver al piso de la escena del crimen: el baño teñido de escarlata. Con el correr de los minutos, el silencio y el hedor se harían tan insoportables como el frío. Luego, el amor maternal se encargaría de depositar el cuerpo en la cama; el sueño de aplacar al demonio. La primera oración siempre es la más difícil de encontrar en la nebulosa.
Me desperté mirando el fondo del balde, la boca rancia, los pelos pegoteados a la cara. La culpa y la desesperación fueron dando forma a una sola certeza: no era ahí donde debía estar. Corrí hasta la casa del poeta; él estaba en armonía consigo, con el mundo, con el porrón que tenía en la mano. Las putas terminaban de vestirse. Las otras líneas surgen abruptas, desordenadas, mientras las sienes tiemblan.
La lujuria era ya un recuerdo ajeno. Un círculo de chamanes discurren reunidos alrededor de la fogata. Charly habla de dioses y demonios, el resto escucha o simplemente calla. Aldo busca en sus bolsillos una bala que termine con el discurso. Los duendes que martillan mis neuronas intentan reconstruir al menos una escena: Una rubia y una morocha que bailan despojadas de ropas y pudores. Nico parece un mendigo alucinado, un místico pop. Ha sobrevivido al acto iniciático; yo aún no lo se. La última oración es la más fácil de encontrar sobre la lápida.
Apoyo la frente en la fría pared del baño del poeta mientras espero la llegada del vomito como a una profecía. Sería el fin o el comienzo de una nueva muerte. Pero el baño del poeta no es cualquier baño, las paredes hablan el idioma de los poetas malditos, de los filósofos budistas; de los literatos sin bidet. Quizás ahora soy más Bukowski, más Miller que nunca; o simplemente otro borracho perdido en una noche sin recuerdos. En la pared del baño del poeta Miles Davis me habla: “No teman a los errores. No existe ninguno”.

2 comentarios:

  1. Yo, después de leer esa crónica no me casaría ni en pedo!!!

    hasta el miércoles, eva

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  2. Me embola que contes estas historias y que yo no haya estado allí, cajeta... A ver si la próxima vez avisás, eh? Abraxo.

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