lunes, 26 de enero de 2009

El viejo y el río


En Mistol Pozo, pequeño caserío santiagueño olvidado por Dios, la vida parece detenida por el sopor de una siesta eterna. Sólo el viento que juega con la tierra del camino y los gritos de las charatas se atreven, de vez en cuando, a romper la monotonía del silencio. Ahí es donde vive “El Tío”, a metros nomás del Dulce. La precariedad de su hogar habla de muchos años de sumisa subsistencia a la vera del río, años que ahora carga sin gloria ni pena bajo el amparo de su austera soledad.
“El Tío” tiene 65 años y me cuenta retazos de su juventud mientras le sirvo un poco de vino; relata cuando montaba su caballo para ir a los bailes a buscar mujeres. Que ellas lo invitaban y que él nunca se negaba. Dice que ahora están todas casadas o que se marcharon del pueblo buscando progresar en la urbanidad. Me cuenta que a menudo se gastaba los pocos pesos que ganaba en alcohol, que se emborrachaba seguido, que eran lindos esos tiempos. Habla pausado y por momentos la mirada se le pierde, tal vez en el recuerdo de alguna mujer, tal vez ante la evidencia de que solo el vino le ha sido fiel en todos estos años.
Sobre todo, “El Tío” cuenta del río y lo hace como si la historia del Dulce y la suya fueran una misma cosa. Es que el anciano ha vivido todos sus años al ritmo que imponen los ciclos vitales del río, supeditando su existencia al poder generador y destructor de aquellas aguas.
De crecidas y sequías me habla “El Tío”. Recuerda cuando el río desbordó arrastrando a su paso casas y animales, en tiempos en que las vizcachas habían aprendido a trepar a los árboles para sobrevivir. También cuenta que hubo años en que el río se secó hasta convertirse en un pequeño hilo de agua, dejando al descubierto los titánicos esqueletos de peces muertos que se amontonaban en la playa y del hedor a putrefacción que se apropió del ambiente durante meses. Habla de las veces en que el río se enferma y con él los peces, las gentes y los animales.
“El Tío” mira con resignación al río y sabe que se está mirando aunque la oscuridad de sus aguas no lo reflejen. Ni el viejo ni el Dulce se deben nada, ambos han sabido encauzar su rumbo como se los ha permitido la azarosa marcha del destino. En el solitario letargo de Mistol Pozo, el viejo y el río esperan una bendición de Dios.

3 comentarios:

  1. Qué paralelismo, cumpa. El viejo y el río: hermanos en la añoranza de los tiempos lejanos, siempre buenos, y en el ocaso de un presente para el olvido. Un abrazo.

    ResponderEliminar
  2. Buen relato!

    "el río se enferma y con él los peces, las gentes y los animales"

    SALUDOS!

    ResponderEliminar