Es domingo y afuera el día carga con la nostalgia de un tango cantado por Gardel. Las calles esperan olvidadas de autos y seres mientras la llovizna pegajosa se adhiere a las cosas. Nada permanece ajeno a esa soledad húmeda. Adentro, la resaca y la sobremesa del almuerzo familiar preceden al desesperado intento por exorcizar el domingo con una tarde de turf.
El anhelo de encontrar un placebo a las horas lentas se concentra en la posibilidad de sacarse la foto con el caballo vencedor o en un par de boletos ganadores. Atrás quedan los recuerdos de jornadas festejadas con champagne y cabaret. Ahora las pretensiones son mucho más modestas, basta con salir de perdedor.
La mano ansiosa agita el café y la mirada se pierde en el fondo del pocillo como esperando encontrar ahí la trifecta de la cuarta carrera o un ganador en Palermo. Alrededor, los parroquianos estudian los programas y comienzan a garabatear extrañas ecuaciones en los márgenes: como en la escuela, los burreros hacen los deberes. Por su parte, como dueños de la formula de la piedra filosofal, los profetas se acercan en silencio a vaticinar fijas infalibles. Todo sigue el lánguido compás del domingo.
A medida que pasan las carreras el futuro se presenta cada vez menos promisorio: El “Tano” no puede romper la racha de frustraciones y amaga el mangazo, pero el azar lo condena a seguir timbeando por sus propios medios: Ricardiño por los palos en San Isidro le provee los billetes para jugar dos o tres carreras más (“se vuelve del aca”, como diría el amigo Pescadito). Todavía uno alberga las esperanzas que infunde el saber popular: “Todos tienen cuatro patas”
Es cosa de un minuto y monedas nada más: uno enrolla el programa y empieza a dar fustazos al aire cuando lo ve entreverado con los que pican en punta, parece que llega, que si el jockey lo apura va a estar definiendo el pleito. Pero no, de pronto, como quien no quiere la cosa; afloja la marcha y aquel caballo que viene corriendo desde atrás, ese que ningún osado se atrevió a incluir en la trifecta por falta de pergaminos, el que aparentaba tener menos patas que los demás, se hace con la carrera.
Cosa de un minuto y chirola, nada más, eso es lo que dura la definición existencial del domingo. Para colmo, la lluvia y la voz del zorzal criollo que se cuela por los altoparlantes del hipódromo no ayudan a mitigar la tristeza. Recuerdo haber escuchado hace años a esa misma voz cantando “Por una cabeza” desde esa especie de megáfono chillón con la que están dotados algunos carros verduleros, entonces pensé que esa era la mejor forma de escuchar a Gardel; como vocalizando desde ultratumba. De ahí quizás que el saber popular no esté tan errado después de todo: los póstumos como Gardel, Rodrigo, Gilda o Walter Olmos cantan cada día mejor.
Basta de carreras, se acabó la timba. Otro fracaso rotundo en el intento por abjurar al domingo. Aunque duela, el lunes habrá que enfrentarse de nuevo a la vida, quizás, trabajar el doble para recuperar lo perdido. Habrá que dejar pasar los días hasta el fin de semana y esperar agazapado a que llegue el domingo; después será sólo cuestión de sobrevivirlo.
El anhelo de encontrar un placebo a las horas lentas se concentra en la posibilidad de sacarse la foto con el caballo vencedor o en un par de boletos ganadores. Atrás quedan los recuerdos de jornadas festejadas con champagne y cabaret. Ahora las pretensiones son mucho más modestas, basta con salir de perdedor.
La mano ansiosa agita el café y la mirada se pierde en el fondo del pocillo como esperando encontrar ahí la trifecta de la cuarta carrera o un ganador en Palermo. Alrededor, los parroquianos estudian los programas y comienzan a garabatear extrañas ecuaciones en los márgenes: como en la escuela, los burreros hacen los deberes. Por su parte, como dueños de la formula de la piedra filosofal, los profetas se acercan en silencio a vaticinar fijas infalibles. Todo sigue el lánguido compás del domingo.
A medida que pasan las carreras el futuro se presenta cada vez menos promisorio: El “Tano” no puede romper la racha de frustraciones y amaga el mangazo, pero el azar lo condena a seguir timbeando por sus propios medios: Ricardiño por los palos en San Isidro le provee los billetes para jugar dos o tres carreras más (“se vuelve del aca”, como diría el amigo Pescadito). Todavía uno alberga las esperanzas que infunde el saber popular: “Todos tienen cuatro patas”
Es cosa de un minuto y monedas nada más: uno enrolla el programa y empieza a dar fustazos al aire cuando lo ve entreverado con los que pican en punta, parece que llega, que si el jockey lo apura va a estar definiendo el pleito. Pero no, de pronto, como quien no quiere la cosa; afloja la marcha y aquel caballo que viene corriendo desde atrás, ese que ningún osado se atrevió a incluir en la trifecta por falta de pergaminos, el que aparentaba tener menos patas que los demás, se hace con la carrera.
Cosa de un minuto y chirola, nada más, eso es lo que dura la definición existencial del domingo. Para colmo, la lluvia y la voz del zorzal criollo que se cuela por los altoparlantes del hipódromo no ayudan a mitigar la tristeza. Recuerdo haber escuchado hace años a esa misma voz cantando “Por una cabeza” desde esa especie de megáfono chillón con la que están dotados algunos carros verduleros, entonces pensé que esa era la mejor forma de escuchar a Gardel; como vocalizando desde ultratumba. De ahí quizás que el saber popular no esté tan errado después de todo: los póstumos como Gardel, Rodrigo, Gilda o Walter Olmos cantan cada día mejor.
Basta de carreras, se acabó la timba. Otro fracaso rotundo en el intento por abjurar al domingo. Aunque duela, el lunes habrá que enfrentarse de nuevo a la vida, quizás, trabajar el doble para recuperar lo perdido. Habrá que dejar pasar los días hasta el fin de semana y esperar agazapado a que llegue el domingo; después será sólo cuestión de sobrevivirlo.
¿Qué habrá pensao el caballo que ganó?
ResponderEliminarAlgún día llegara el domingo ideal en que se cumplan los vaticinios de los timbreos y finalmente ganemos esa trifecta... por que no en el premio "bataya"... obviamente ese dia organizaremos un asado de 5 días para los compadres y el lunes siguiente volveremos al laburo...
ResponderEliminarhola pichi... a ver si visitas mi blog algun dia...
ResponderEliminarAlta descripción de una tarde burrera, cumpa. Me encantó la referencia a la clásica de Pescadito: “¡Del aca me he vuelto, ve!” Es una gran frase. Un abrazo.
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