En el despertar de la habana vieja llama la atención de quien camina la proliferación de preservativos usados desperdigados por las veredas. No es la falta de higiene lo que molesta, sino semejante ostentación de sexualidad. Uno se imagina los cuerpos sudorosos amparados por esa oscuridad de suburbio, los ecos de los gemidos de esos seres que gozan en plena calle, en los rincones de los viejos edificios o dentro de algún automóvil solitario. No puede uno menos que envidiar esa misteriosa vitalidad nocturna mientras pasea su resaca matinal con el ron aún latiéndole por dentro.
De repente, el bullicio del barrio me despierta: Un niño pequeño grita y corre tras una pompa lívida que arrastra el viento. El bochorno del llanto se apacigua cuando el niño recupera su globo, lo toma entre las manos y lo enarbola como un gran falo gritando: “soy un pajuzo”. En las calles vecinas muchos otros niños juegan con sus preservativos. No puede uno menos que sonreír y sentirse un tanto mejor con su propio ser.
miércoles, 21 de enero de 2009
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