martes, 5 de mayo de 2009

Cortate el pelo cabezón


El mismísimo Sigmund Freud aseguró que los primeros cortes de pelo suponen un rito iniciático, un acto trascendental en la vida de todo sujeto que aprende a ser formal y cortés al aceptar ese absurdo patrón social que lo marcará a lo largo de toda su existencia.
Mis primeras reminiscencias de una peluquería se remontan a los tiempos en que mi viejo me llevaba a Pocho; un coiffeur que combinaba un peinado afro, frondosos bigotes, sonrisa carismática y camisas cuyos extraordinarios colores emulaban los sueños de un interno del Borda. A pesar del sobrenombre, su look se asemejaba más al estilo del popular cantante tropical conocido como Alcides que al del autor de “El hijo de Cuca”. Eran fines de los ochenta y aquel íntimo vínculo que se establece entre estilista y estilizado marchaba bien, mi exigua edad y la falta de una visión crítica del mundo en el joven Pollo lo exoneraban de las atrocidades a las que sometía a mi entonces blonda cabellera. Pero llegó el día en que, en unas de esas sesiones de mutilación capilar, mi progenitor- un ser caracterizado por cierto innato fundamentalismo-emitió un juicio intempestivo y vehemente:
- Todos los peluqueros son putos.
A lo que el estilista respondió con marcada desaprobación:
- Eso no es cierto, no todos. Yo no soy puto che.
Mi padre pareció meditar un momento- cosa extraña en su impulsiva y apasionada genética- y luego espetó:
- Tenés razón, no todos son putos. Algunos son re-putos.
Esa fue la última vez que Pocho me cortó el pelo.
Años más tarde, mi tío Cacho, en aquellos tiempos empleado del ya extinto Banco Municipal, me llevó por primera vez a “Salón Apolo”; una peluquería céntrica que quedaba por la Mendoza, a la vuelta de “Rucafé”. Recuerdo que frecuentaban ese lugar ejecutivos, hombres de negocios y otros sujetos de oficios desconocidos que vestían pulcramente de saco y corbata. Mi intromisión en ese ámbito me distanciaría de manera radical de mis congéneres: Mientras sus compañeros de colegio se cortaban en “La Calesita”, Pollo esperaba su turno en aquella peluquería de “gente grande” haciendo sonar el hielo de su vaso de Mirinda manzana como si fuera un whisky en las rocas. Aunque ignorado, él se sentía diferente, más importante. Sin embargo, bastó que creciera un poco para que no volviéramos por ahí con mi tío. Yo había entrado en eso que llaman pubertad y él había cambiado su condición de empleado bancario a la de empleado municipal al fundirse el banco.
Se sucedieron los años y mientras mi cabellera se volvía cada vez más oscura fue aprendiendo a sobrevivir al devenir de mis incursiones en las distintas peluquerías barriales. Fueron tiempos de improvisados estilistas, avezados en la técnica del “medio americano”; muchos de los cuales compartían aquellas artes con otras actividades más mundanas. Como el caso paradigmático de Pepe, un peluquero que, además de ostentar el título de coiffeur, se desempeñaba como sodero. Era evidente que las tijeras no eran lo suyo, tras sus infames amputaciones capilares solía mirarme como diciendo: “tómatelo con soda, chango. Te va a volver a crecer”. Fue entonces cuando comprobé la implacable veracidad de aquel saber popular que reza: “Más peligroso que sodero con navaja”.
Tiempo después, con la adolescencia, sobrevino en mí cierto instinto de rebeldía que me impulsaba a dejarme el cabello largo, pero esas aspiraciones revolucionarias no coincidían con la conservadora doctrina paterna. A cada intento de insurrección capilar, mi padre- que además de fundamentalista es pragmático y capitalista- respondía con amenazas de realizar él mismo la tarea (acto que efectivamente ejecutó en algunas oportunidades demostrando, por cierto, no mucha destreza), o bien ofreciendo alguna importante suma de dinero a cambio de que me cortara el pelo. Esas fueron mis primeras claudicaciones revolucionarias en manos del capital. Después de todo, es sabido que “por la plata se corta el Pollo”.
Todas aquellas traumáticas experiencias anteriormente mencionadas me dotaron de una singular erudición en lo que respecta a la labor peluqueril, sabiduría que, tras intensivas elucubraciones teóricas, me permitió establecer una clasificación que reduce a sólo tres especies la basta fauna de la que participan peluqueros, estilistas y coiffeurs. En consecuencia, de acuerdo con mis divagaciones, existen sólo tres tipos de peluqueros:

- Están aquellos peluqueros que –a causa de algún tipo de alteración de sus facultades psicomotrices o por alguna especie de absurda obsesión- realizan el mismo corte a todos sus clientes. De manera que hubo épocas en que las poblaciones de barrios enteros padecieron la pandemia del estilo “Carlitos Balá” (a los afectados se los conoce como “Balas”), o como sucedió a comienzos de los noventa con la abominable expansión del “Nacional B” (en muchos casos sus portadores fueron encarcelados por su semejanza con el “Chipi” Barijo).

- La segunda categoría es un derivado de la anterior e incluye a todos los estilistas que proceden a repetir el mismo corte ad infinitum, pero con la particularidad de que no se trata necesariamente de la reproducción de un estilo popular o de moda, sino que es la copia fiel del look que ellos mismos portan sobre sus cráneos. ¿Quién no ha advertido que, una vez terminado el trabajo del peluquero, al observar el espejo, este les devuelve la imagen del peinado de su coiffeur clonado en sus cabezas? Se trata de casos que manifiestan el egocentrismo exacerbado del estilista que se caga en el principio de autodeterminación de los sujetos.

- Por último, encontramos a aquellos coiffeurs que, dotados de una versatilidad y una visión artística de la cual los anteriores carecen, dejan fluir su intuición y cortan el pelo según los dictámenes que reciben de las musas de turno. Efectivamente, no importa que uno se pase media hora explicando como es que quiere que luzca su cabellera, ellos actúan bajo el éxtasis de la inspiración celestial y, aun cuando nos escuchen con afectada atención, nada podrá detener el libre albedrío de sus manos forjando la escultura capilar. En consecuencia, cortan como se les canta las pelotas.

Ahora, Pollo ha dejado atrás todos esos padecimientos y se esfuerza por evitar las peluquerías casi tanto como las iglesias. En consecuencia, mi proceder actual es netamente pragmático: trato de cortarme el pelo lo menos posible y en caso de verme obligado a hacerlo actúo siguiendo los siguientes criterios: Elijo aquellas peluquerías en donde las chicas encargadas del lavado de cabeza estén buenas, o bien busco un lugar en donde el peluquero proponga una conversación variada sobre temas de interés general como fútbol, minas, fiestas, autos, inversiones en la bolsa, etc (nada peor que un estilista que se pone a hablar del clima como si en lugar de cortar el pelo estuviese manejando un taxi). De esa manera trato de sobrevivir al poder de aquellos que tienen en sus manos el futuro de nuestro pelo. A veces, hasta me voy casi conforme con el corte.

16 comentarios:

  1. primero:

    me encantó la foto, muy tierna

    segundo:

    me cagué de risa, muy cierto todo lo que decís, respecto a los tres tipos de peluqueros, debo decir con pena que SIEMPRE me han tocado los de la tercera categoría, SIEMPRE, sin importar si la peluquería estaba en mi barrio o en la 25 entre córdoba y mendoza, o si el corte me costó $5 o $35...

    tercero:

    doy FE que en estos tiempos no te cortás mucho el pelo, jeje

    besos

    post comment: ah! mi hno fue víctima, en su tierna infancia, del look Carlitos Balá

    jajajajajajajaja, me hiciste acordar, lo voy a cargar cuando lo vea

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  2. Alto relato, vieja. De lo mejor que leí ultimamente por varios lados. Es más: hace poco fui a ¡Apolo! Muy gracioso. Fue un jueves. Luego, obvio, a comer unas milangas a Mcpolo y de ahí a bailar... sí, al que pensás: ¡A Pollok! Exitos.

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  3. Muy bueno, vieja. Recuerdo que antes el corte en el barrio costaba $ 3, ahora ya se fue a 10. La devaluación no sólo se noto en el precio de la cerveza y el cigarrillo. Ahora pregunto: ¿qué hace un pibe de barrio cortándose el pelo en el centro?

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  4. Te zarpaste, compadre. Excelente, un texto digno de ser leído por mucha gente. Eso sí, en cerraeloyo escribías sobre drogas, putas y otras delicas. Hoy sobre peluqueros. No te volviste puto, sino re-puto, como diría "Banana chupada".
    Un abrazo, ídolo. Es un placer leerte.

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  5. No ta loco! lo mejor que leí en internet desde hace mucho tiempo.
    Me siento 100% indentificado.

    Muy bueno chango

    Una brazo.

    Miralo vo al profe o ex profe?

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  6. Ivy: Creo que hubo toda una generación (en la que me incluyo) que no se salvó del "Carlitos Balá"
    Ahh y el perro de la foto me pareció flashero porque se parece a steve buscemi. Beso
    Disco: Gracias por la apreciación vieja. Existe todavia "Salon Apolo"?? adonde culiao?
    JB: Vieja, siempre fui cosmpolita. Jjajaj
    Roger, Fede: Ures van a hacer que me la crea-

    ahhh no soy tan puto (todavia)
    y si, sigo siendo profesor por ahora, no queda otra ¿ o si?

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  7. Querido pollito: el tema es apasionante y sin dudas daría para un ensayo, más que para un post. Al ser yo una especie de highlander, he tenido la oportunidad de "peluquearme" en la vieja y desaparecida "Los oficiales", donde había un peluquero -Alfredo- que no era puto (hasta donde yo sé), y que me inculcó una máxima que yo empleé durante años (hoy la discuto bastante, por cierto). Decía Alfredo: "hay que 'darle' a todas las minas, no importa si son feas, a todas hay que darle...". Por lo demás, tu texto es excelente. Abrazo.

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  8. Chee, yo había dejado un comentario y no está...decía algo así como que los peluqueros tienen una regla distinta para medir y que cuando uno pide que corten un centímetro, terminan cortando diez, debe ser un problema de ceros. Genial post, me reí mucho. Besos
    Kissi

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  9. Es una realidad, me hiciste reir mucho!! en mi barrio hay un peluquero al que acertadamente le dicen "tijera loca". Tristemente a mis hermanos, cada dos o tres meses dependiendo de la tupida cabellera, les llegaba la hora de ir a tijera. Mi viejo, casi siempre en el almuerzo optaba por "de repente" advertir que el pelo estaba muy largo y que era hora de parecer mas "hombrecito". Me gustaba acompañarlos a la peluqueria de tijera, donde se dirigian como a la horca (nunca sin un buen berrinche previo) donde los esperaba este tipo, ya entrado en años en ese entonces, donde se daba el lujo de preguntarles que corte querian, y terminando indefectiblemente haciendoles el mismo que a todos, que por alguna extraña y siniestra razón dejaba en la nuca, un mechon de pelo mas largo, una suerte de "colita", por la cual mis hermanos eran punto de gastadas de los amigos y de la malvada hermana que suscribe ja! Creo que encima sigue cortando el pelo, ahi de una que es mala praxis jajaj, un abrazo pollo

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  10. pocho fue el ultimo peluquero de la vieja escuela y luchó incansablemente contra la nueva generación de peluqueros fashion q se gestaba en los albores de los 80. En cto a la calesita fue la peluqueria dde ntros padres nos llevaban engañados con los juegos para que nos metan el tijeretazo. El tema es q cdo llegabamos al local spre los juegos estaban ocupados y llorabamos como condenados para q nos lleven a la casa de nuevo. Pero ya era tarde. Los padres ganaban jaja. Saludos

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  11. Tengo un Pocho acá dos cuadras. Terible descripción que se asemeja a "mi Coco", aunque Coco tiene una onda gay totalemnte notable y si le decis puto ni moquea.
    Hace mil que ni miraba el blog. Tengo mcuho que leer...

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  12. de los mejores blog q vi un abrazo

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  13. Kissi: Coincido con vos, los peluqueros no aplican el SIMELA.
    Alfonsina: Que bajon eso de parecer más "hombrecito". Lo peor de todo es que a mi me hacían cortar el pelo religiosamente y hay documentos que atestiguan que en una época mi viejo lo tenía hasta la cintura. De no creer.
    Nan:supongo que haya son más liberales, igual te digo que acá me hice cortar por unos travas. La experiencia fue bizarra, pero me cortaron para el orto.
    Carlao: Gracias por tu apreciación. Comparto con vos eso de que los padres siempre ganaban. Es como The Wall. Un abrazo

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  14. muy bueno el post! un excelente descripcion!!

    los invito a visitar mi blog 5´de Adición
    http://5deadicion.blogspot.com/

    saludos!!

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  15. Genial el relato, cumpa. Recién me doy tiempo para leerlo. La descripción de Pocho no puede ser más real. Mi viejo y yo también nos cortábamos el lope ahí. El pasó de Pocho a la autogestión con maquinita; y yo, de Pocho a Los Oficiales (al lado del actual edificio de Canal 8, en Laprida primera cuadra), peluquería a la que iba con mi abuelo. Actualmente practico la poda doméstica, harto de salir insatisfecho de cada salón coiffeur. Así también -debo admitirlo- es el quilombo que tengo en la cabeza muy a menudo. El relato es excelente, no sólo por su prosa, desopilante y de calidad, sino porque sintetiza el sentimiento general de los clientes de peluquerías: la insatisfacción. Un abrazo, cumpa. Ahora me doy un tiempito y comienzo a leer el de arriba.

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  16. Es cierto, La Calesita siempre tenía los juegos ocupados. Pero lo peor de todo fue cuando, a mediados de los 90, el Ruso -dueño del local- aprovechó los dólares baratos y se fue a Dysney y trajo la Minnie gigante que todavía adorna una de las esquinas. Ahí me dí cuenta de que ya era demasiado boludo viejo y que la autogestión era el único camino posible.

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