lunes, 2 de marzo de 2009

Ranchada


Hace rato que las horas se perdieron en el Colmenar. Como si se tratase de alguna fantástica invención borgeana, un día sin fin se repite ad infinitum en el suburbio provinciano. Los personajes de esta historia se olvidaron del tiempo, sólo las escasas variaciones en el repertorio musical son signos dudosos de una suerte de pesado devenir: de los ritmos cumbieros a los folclóricos, de las guarachas al paso doble, de las baladas románticas a los tangos nostalgiosos y así siguiendo. Todo parece indicar que en una vivienda proletaria del pasaje Martín fierro el cumpleaños devino asado, el asado beberaje, el beberaje ranchada.
Nadie sabe a ciencia cierta cuando fue que la cosa comenzó a pintar para no terminar nunca; quizás cuando, sin que ninguno lo advirtiera, el patio se fue poblando de aparecidos, o cuando se apearon los perdidos que se sintieron llamados por los ecos musicales que se propagaban varias cuadras a la redonda. Lo cierto es que aquellos que allí se encontraron por premeditada causalidad o azarosa casualidad, familiares y ajenos, compartían cierta apetencia de placeres mundanos, una ansiosa ambición de alcoholes y sustancias, de bailes y goce sexual: los más sedientos comenzaron a ofrendar sus sueldos en procura de bebidas, otros a empeñar en el almacén de la esquina lo más valioso que llevaran consigo– un reloj ostentoso, un crucifijo que le fuera regalado en su bautismo, un par de zapatillas extravagantes -; los ávidos de mujeres fueron a buscar a ciertas amigas fiesteras que, según anunciaban, danzaban desnudas después del tercer o cuarto trago.
El evento se presentaba a los sentidos como un estrafalario carnaval, el inconsciente espectáculo de unos grotescos personajes que Sarmiento no hubiese dudado en calificar de bárbaros: un enano que trabaja como portero de un burdel de mala fama; un anciano lumpen que, chapaleando en sus propias heces, cantaba tangos en un rincón con el rostro afectado de tristeza; un rengo que, según se comenta en el barrio, hubiese superado al mismo Maradona por sus dotes futbolísticas de no haberse dejado una de sus piernas en las vías del tren tras una borrachera; mujeres ventrudas ostentando improvisados tatuajes con los nombres de sus hombres recluidos en el penal de Villa Urquiza; pendencieros a los que se atribuye una que otra muerte; ladrones adolescentes que gozan de cierta celebridad; entre otros miembros de esa fauna suburbana.
Con el correr invisible de las horas, unos se abrazan en un juramento de amistad o amor eterno; otros riñen con excesiva pasión por un antagonismo futbolístico. Aquellos se han perdido en el laberinto de pasillos procurando encontrar al minotauro de los placebos. Los más endurecidos son ya estatuas bebientes entregados al sol impío que se filtra por la parra, gesticulan sin hablar y muerden sin comer. Mientras, en una húmeda habitación del fondo, el puto del barrio, generoso en felaciones, hace gala de su celebre promiscuidad.
Nadie sabe a ciencia cierta cuando es que la ranchada comienza a terminar; alguna violenta intervención policial; unos tiros al aire y una bala perdida que termina con la vida de un niño en el caserío cercano; o tal vez una reyerta resuelta con el tajo abierto por un tramontina oxidado, muy distinto de los facones brillantes con que los compadritos borgeanos defendían su honor en actos de heroísmo épico. Muy diferente de cualquier ficción imaginada por ese tal Borges cuya pluma padeció una eterna antipatía a lo real.

4 comentarios:

  1. Y una fiesta en el barrio es de todos, sino te cagan a tiros todo el frente de la casa. Creo que por eso dejé de organizar jodas en mi propiedad, los vagos vienen de barrios limitrofes con la intención de robarse alguna toalla del baño, por lo menos.

    En cuanto al Maradona de tu barrio, yo también tengo uno en el mío. Creo que son historias ficticas que los más sabios inventan para no aburrirse y ponerle un colorido especial a las calles de tierra.

    Lindo texto, vieja. Aguante Amar azul, un abrazo.

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  2. Linda pintura, compadre. La idea de que las horas se pierden se siente en cada renglón. Raro... pero sí, las ranchadas no tienen horas ni de comienzo ni de fin. Pensar que Borges nunca pudo ver esto. Un abrazo.

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  3. Cumpa, alto relato, a los que usted nos tiene acostumbrados. Me quedo con algunos pasajes como “Con el correr invisible de las horas, unos se abrazan en un juramento de amistad o amor eterno” o “compartían cierta apetencia de placeres mundanos, una ansiosa ambición de alcoholes y sustancias, de bailes y goce sexual”. Excelente. Un abrazo.

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  4. Thia is not a coincedence Esher drawing? Or I am wrong?

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